Los que dejan huella III

Cada año, hacemos módulos de formación para quince o veinte alumnos y después, o les damos ocupación en empresas del grupo o en otras. Y hay una tercera vía: los centros especiales de empleo y los proyectos sociales. Fijamos actividades concretas, creamos el centro y colocamos en él las personas que pueden llevar a cabo esa actividad. Con cincuenta y cuatro años, Alfonso Sesé echa la vista atrás sin mie- do. Hay aciertos y errores, pero jamás ha dudado de su proyecto. Nunca he tenido la sensación de haberme equivocado. Me han salido mu- chas cosas mal, pero, desde mi punto de vista, las que he hecho bien y las que he hecho mal me han llevado a estar donde estoy. No me arrepiento de las peo- res situaciones que he vivido, de ninguna. De todas he sacado algo positivo. Y, ni en los momentos más difíciles, he dudado de la viabilidad de la empresa. Segu- ro que, en alguna ocasión, alguien habrá pensado: este tío está loco, tiene mu- chos huevos o tiene un plan y yo no lo veo. No tenía ninguna de las tres cosas. La ilusión y la fuerza que tienes no te dejan espacio para pensar. Quieres llegar rápido, miras a los pedales y ves que no llevas freno. Y piensas: da igual, seguro que encontraré alguna zona en la que aterrizar. No es que no me sienta responsable de las personas que trabajan conmigo, me he sentido responsable siempre. Y no soy un inconsciente, pero, si echas la vista atrás y reflexionas, en algunas situaciones el riesgo ha sido altísimo. No es que no lo quiera ver, es que no he sido consciente de ello. Le daba importancia a cobrar y pagar. ¿El balance? ¡¿Cómo le voy a dar importancia a un balance si no sabía lo que era?! Se lo he dado cuando he sabido. Ahora, cuando realmente tienes algo, es cuando te dices: tengo que ser conservador. ¡Pues no! Yo no conservo ni el papel que tengo en las manos. En mí, siempre ha sido más fuerte el compromiso de hacer las cosas. Porque habrá habido momentos de inconsciencia desde el punto de vista financiero, pero operativo nunca. No he fallado un servicio a un cliente nunca. En servicios puntuales habrá mil quinientos fallos, pero dejar colgado a un cliente jamás. Solo al evocar un día concreto, Alfonso se emociona. Su voz se quiebra. El momento más feliz ocurrió en 2017, cuando el alcalde de mi pueblo, que ahora tiene cuatrocientos habitantes, pero llegó a tener setecientos, decidió hacernos hijos predilectos a mi hermana Ana y a mí. Era un reconocimiento personal, pero, sobre todo, me ilusionó por mi padre. Fue un gran momento. Los que de j an hue l l a I I I 515

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