Los que dejan huella III

Soy consecuencia de un proceso de determinación, de inconformismo, de mejora continua. Hace casi cuarenta años, en 1981, se funda Cristian Lay, pero mis inicios como empresario se remontan a mayo de 1975, cuando abrí mi primera joyería. Soy joyero. Ricardo Leal dejó el colegio con 14 años y a los 20 abrió su propio es- tablecimiento. Hoy, convertido en el mayor empresario de Extremadura, artífice de un diversificado grupo industrial con mercados abiertos en quince países, asegura que lo que debemos cuidar en las jóvenes genera- ciones es la educación. No le preocupa la obligatoriedad de permanecer en la escuela hasta los 16 años, sino si estamos enseñando a los niños los conocimientos y habilidades necesarios para desenvolverse en el futuro, para satisfacer las necesidades de los hombres y las empresas del mañana. Leal, hijo de un albañil, adquirió los conocimientos que le permitieron ini- ciar su proyecto empresarial en un pequeño taller de su pueblo. En todas estas poblaciones, siempre ha habido la clásica joyería que, además de vender piezas, contaba con un taller de reparación de relojes. Empecé a tra- Ricardo Leal recorre las instalaciones productivas de su empresa con la desenvoltura que adquiere el que lo hace a menudo. Apela y saluda por su nombre a las personas con las que se cruza en su camino, detalla con minuciosidad el proceso de diseño de una pieza de joyería o de la fabricación y venta posterior. Se ha formado como joyero y, aunque convertido en empresario, se ve a la legua que disfruta con ello. Sus ojos vivaces detectan sin necesidad de lentes de ampliación la variedad o calidad de una piedra. Es la misma mirada atenta que mantiene ante cualquier negocio que le plantean. Cristian Lay, una joyería en su origen, se ha convertido en un gran grupo industrial que mantiene negocios en productos de consumo, químicos, de cartón o energía. Los que de j an hue l l a I I I 285

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